Lo que hay en un cubo.

Colaboración con la tienda del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Pañuelos de seda (90x90 - 50x50 cm). Cuaderno de dibujo con cubiertas flexibles enteladas.

 

Lo que hay en un cubo, así he llamado a este proyecto de colaboración con la tienda del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, que consta de dos objetos notoriamente diferentes, aunque ambos se encuentran entre mis preferidos: un pañuelo de seda (90x90 cm y 50x50 cm), y una libreta de dibujo o diario.

Al igual que en las colecciones anteriores (sobre Naturaleza muerta con papagayo de Robert Delaunay primero, y Las bañistas de Max Pechstein después), el trabajo comienza con la reinterpretación de una obra de la colección permanente del museo.

En este caso, es importante aclarar que reinterpretar no significa transformar aquello que ya existe, sino crear algo nuevo a partir de ello. Para esto es necesario poder establecer cierta conexión entre mis propios códigos visuales y los de la obra original, por lo que la elección del cuadro es un primer paso fundamental.

A nivel creativo, lo más fructífero es que esta conexión sea más sutil que mimética, para que el resultado final sea algo nuevo, personal, propio, pero que a la vez guarde un grado de parentesco con la inspiración inicial, en esta ocasión: Bodegón con dado, obra de 1923 de Paul Klee.

Emprendo estos proyectos como una especie de diálogo visual con la obra de un artista al que admiro. Es una conversación a través del tiempo, eminentemente unidireccional, estructurada en torno a formas, colores, planificaciones del espacio y juegos de proporción. A todo esto, por supuesto, se suma la carga simbólica que van adquiriendo estos elementos formales en cualquier acto creativo.

La parte más ardua de todo el proceso es construir ese diálogo y traducirlo a una imagen sobre la que continuar trabajando. Generalmente comienzo dibujando sobre mis cuadernos, bocetando y pintando con mis técnicas habituales: el dibujo a lápiz y la acuarela, para luego manipular los diseños con herramientas digitales.

Una vez que la primera imagen está creada, todo empieza a fluir de manera más lúdica y azarosa. En el transcurso de esta etapa no pienso todavía en objetos, sino que centro mi atención en obtener la mayor cantidad de variaciones posibles a partir de aquella imagen primigenia. Generar múltiples opciones me ayudará a pensar luego en sus posibles aplicaciones.

Los objetos empiezan a surgir hacia el final del proceso, en una dinámica que va de lo abstracto a lo concreto. Esta es otra parte que me fascina de este tipo de colaboraciones, la hibridación en la frontera entre arte y diseño, el arte aplicado, el objeto artístico. Ese espacio impreciso entre disciplinas.

Las piezas, producidas entre Madrid y Milán, están a la venta en la tienda del Museo Thyssen de Madrid.

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Doble suspendido. Federico Antelo para Gancedo. MDF24.

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